36 Margarita Eyherabide
Doña Jova levantó la cabeza.
— ¡Lo has notado! ¡también tú! — No son pues ilusiones mías. Yo imaginaba en mi afán que eran caprichos emanados de locos temores. ¡Hay ideas atroces!
—HQue tienen que ser pesadas por los cora- zones leales, corroboró Amir y añadió: — Mamá, vivir es hermoso y horrible á la vez. Esta mañana papá ha dicho: ¿Vale siquiera, la pena de vivir?
— ¡Ah! ¡qué desgarrador pesimismo! — y doña Jova añadió con desaliento: No, hijo, yo no te quiero hecho un escéptico. Causa un pesar inmenso ver á esa juventud rebosante de vida y con un alma ya gastada. Aunque dueños de un alma muy gran-, de, adivinan ellos mismos que es la suya un alma que poco quiere. Porqué ya no saben amar, porqué ya casi todo lo miran con desprecio, porqué ya todo les es indiferente. Y dando un vuelo distinto á sus ideas, añadió doña Jova, dolorosamente:
— Alvaro desecha los consejos de la ciencia, pero no se engaña la mirada inquisidora de la esposa. Qué de hacer ¡Dios mío!
—.... Si es inadmisible la sensación de dolor que experimento, al verle tan abatido, — murmuró Amir como hablando consigo mismo.
Un pensar más intenso se retrató en el semblante de doña Jova.
— Mamá — dijo suavemente el joven — nada será, quiero creerlo, la enfermedad de papá. ¡Tan- tas causas pueden motivar una distracción sor- prendente! Es preciso que no te inquietes dema- siado.
— ¡Eso, Amir, eso, hijo, me ha de ser imposible ! — contestó doña Jova con lágrimas en los ojos.