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38 Margarita Eyherabide

CAPÍTULO VI

Indolentemente tendido en un sillón de hamaca, con el codo sostenido en un brazo del asiento y la frente apoyada en la palma de la mano, un hombre, joven aún, pero, surcando ya, su frente y sus meji- llas, prematuras arrugas, con los párpados enroje- eidos y los labios contraídos en una mueca que denuncia grave dolencia, parece entregado á un sueño agitado y doloroso ó sometido, inconsciente- mente, á una pesadilla de espantables visiones. Y

— Basta observar el rostro pálido y alargado de este hombre para comprender que no ha bastado el influjo de Morfeo, para dar suave alivio á su des- garradora aflicción.

El abatimiento que se enseñorea de su ánimo, se adivina perfectamente en la mirada marchita de sus ojos rasgados, cuyos párpados parece que no tuvieran fuerzas para alzarse.

Este hombre abre de improviso los ojos, y pásase tristemente la mano, por las mejillas y la barba; ¡no viene! —exelama con cierta sorpresa, pero no bien pronuncia estas palabras, un hombre entra á la estancia en que se halla.

El recién llegado, tiene también el aire abatido y parece profundamente disgustado. Sin embargo, sus facciones acentuadas y su porte no reñido con la estética de la altanería denotan cabalmente la reso- lución que plantea todos sus movimientos.

— ¡Don Alvaro! — y el recién llegado tendió la