Amir y Arasi 41 — ¡Muy bien! —Mi puesto está allá, y levan- tando el brazo, señaló sin preámbulos en dirección á una ventana abierta por la que se divisaba risue- ño horizonte. En seguida tendió los brazos á don Alvaro y un minuto se abrazaron estrechamente.
— ¡Adonde la casualidad me lleve! — exclamó el señor B..., deteniéndose en el umbral de la puerta y dirigiendo un último saludo con la mano, á don Alvaro.
Éste, que habíase dejado caer de nuevo sobre el sillón, levantó la mirada impregnada de melancolía y contestando la frase y el saludo. — Eso se deja para los poetas — dijo -—— recuerde usted que no lo es.
El señor B., dirigió aún otra mirada al rostro desencajado de su amigo y prorrumpió en una sim- pática carcajada de dulce acento.
— Apenas había dejado de oirse el eco cariñoso de la risa, cuando el rostro de don Alvaro se des- compuso en nna mueca de desaliento y de dolor.
—El trabajo — murmuró á media voz, ha sido siempre mi fuerte, mi sostén, Con el he vivido rodeado de la consideración de las gentes. Mientras ha existido, todo seguía bien; mi familia no conoce la estrechez y, yo, con mi modo benevolente de mirarlo todo, creíame reciamente escudado contra la miseria.
Un instante permaneció don Alvaro, inmóvil; luego levantó la cabeza y en su mirada se reflejó la misma expresión de desdén que vimos al tratar con el señor B...
— ¡Mi fé — exclamó con arrebato — mi fé ciega en el porvenir, mi necia fé en todo! — Este pedazo