Amir y Arasi 49
-- Ya no me podrás cuidar tú, á tu vez, Amir, porque tú tampoco duermes ¿no es cierto?
Lentamente. el pregonero de las horas. dió diez campanadas.
Doña Jova se levantó presurosa, Amir la imitó y ambos entraron á la alcoba del enfermo. Don Al- “aro tenía los ojos cerrados, pero no dormía; volvió débilmente la cabeza y murmuró sonriendo con tris- teza:
-— ¡Queridos míos !
Doña Jova sonrió adorablemente. ¡Qué cara de buen enfermo, tienes —nurmuró y acercándose al chaise-longue en que descansaba don Alvaro. Vea- mos — dijo. Ven acá. Amir. y entre los dos, lo Hevaremos muy dulcemente. Prepárate con gusto, Alvaro; — vamos ¿sí? ¡Si vieras! la mañana está espléndida, el sol hermosísimo y el jardin ¡tan agra- dablemente poético! — Y que bien vas á estar allí. donde te llevaremos, entre las flores olorosas y bajo la glorieta de jazmines. ¿Te gustará? dime que sí. ¿Vamos?...
Don Alvaro se apoyó con fuerza en el hombro de su hijo, sostuvo su otro brazo en el de su esposa y así á pasos lentos y embarazosos, ganaron el corre- dor, donde flotaba delicioso y embriagante perfume de glisina.
Aspiró don Alvaro, con fruición, el aire perfu- mado, lanzó hondo suspiro de libertadora ansia y. sonriendo con amargura, dijo-con pausado acento:
— ¡Tanto tiempo privado de la luz chispeante del sol y alejado de la verdadera vida, como sumer- gida mi alma en una onda de brumas! — Opaca la memoria, sofísticas las ideas, angustiosos los pensa- mientos... ¡Oh luz tan abiertamente aeariciadora!
Amir y Rrasi, 4.