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48 Margarita Eyherabide

CAPÍTULO IX

Doña Jova había quedado un instante sola con el enfermo. Díjole, sonriente, algunas palabras, descorrió las cortinas de las ventanas para que el sol penetrara más libremente, tomó luego un libro de encima de una mesa de luz y ofrecióselo cariño- samente á don Alvaro.

Con una delicadeza solícita, arrellenó las almo- hadas, incorporó al enfermo y dióle á bgber un ligero calmante y cuando le vió suavemente ador- mecido, salió de la habitación ligera y sin hacer ruido.

— ¿Eres tú? — murmuró al llegar al umbral, y tomando á Amir por un brazo, condújolo á la habi- tación contigua. Allí sentáronse ambos en un sofá-

Un instante permanecieron como sumergidos en un mundo de ideas nacidas al calor de una preocu- pación muy profunda. Luego, Amir habló queda- mente:

— Mamá, ¿dormiste algo, anoche?

—Condeno la mentira; no pude conciliar el sueño, — respondió doña Jova.

— Muy mal hecho, mamá; así te enfermarás también.

— ¿Dormiste tú, Amir?

— El joven pareció eludir la respuesta.

— Sí— dijo con la voz del cansancio — te enfer- marás y...

Doña Jova terminó la frase: