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52 Margarita Eyherabide

joven y... E insinuó: — Prosigue tú... continúa mi pensamiento. ¿A ver?... ¿qué iba yo á decir?... ¡A ver si aciertas! y añadió con un mohín de gracia infinita: —¡qué poco galante!

— Yo voy á responder por papá ¿quieres? -— le dijo Amir. — Pues bien: — papá dice que todavía sí, eres joven y bella y buena siempre y dulce y su- frida y amorosa y condescendiente y santa como nunca.

— Has dicho bien, Amir; esposa amante y madre amantísima, ¡dos veces santa!...

— ¡Basta! está visto que ustedes me quieren hacer ruborizar como una colegiala. ¡Si sojs unos picarones! y en efecto, cubrió el carmín las meji- llas y la frente de doña Jova. ¡Ah! — añadió — si continúan ensalzándome, se quedarán ustedes sin enfermera y sin madre, pues por desagrade- cida contradicción, siento algo así como una pena siempre que me dicen que soy buena ó lo que es lo mismo, que mis insignificantes enidados despier- tan la gratitud.

Entonces quisiera ser más bonachona, mucho más hacendosa, para merecer mejor esa benevolencia ó para que me quisieran aun más.

— ¡Ah pícara! —¿no ves que estás confesando que nosotros no sabemos quererte bien? — pre- guntó graciosamente aunqué con voz muy débil don Alvaro.

— ¿Cómo? — respondió doña ova. Pido perdón, si verdaderamente opinan ustedes de ese modo; sin duda me he expresado mal. Me quieren ustedes demasiado bien y yo debería ser más buena ¡eso es todo!

Don Alvaro inelinó un poco la cabeza; doña Jova lo volvió hacia el otro lado con tierna solicitud.