56 Margarita Eyherabide
mi brazo, tengo conciencia de la desgracia que nos aplasta. de la enfermedad que hiere uno de los sen- timientos más delicados del alma.
--¡Ah! murmuró doña Jova. con abatida voz ¡tan joven, tú. mi hijo!... y levantándose salió de la habitación con paso cansado. dejando á Amir entregado quien sabe á qué reflexiones. Doña Jova sentía hondo arrepentimiento. Amir, dueño de una imaginación muy ardiente, pudo haberse dejado acariciar por irrealizables ideas, que resolviera, incautamente, poner en práctica
Doña Jova, dominada en grado superlativo por la impaciencia, corrió á una ventana á espaldas de la casa; púsose la mano en la frente para mirar sin que la molestara el sol, y dirigió eserutadora mirada en dirección al camino.
La polvareda envolvía el centro de la agreste carretera. No obstante, un jinete, espoleando con rabia su caballo, que doña Jova reconoció, se acer- caba más y más á la casa.
Una sonrisa de triunfo dibujábase en los rojos labios de Amir.
— Mi hijo — murmuró doña Jova — ¿qué has hecho? ¿de dónde vienes? — La pobre madre tenía siempre en los labios, santas expresiones de cariño y de perdón para aquel hijo adorado.
-— Mira — murmuró el joven enseñándola un sobre cerrado. Y añadió precipitadamente: Vamos á saludar á papá; llévame contigo ¿quieres? ¿si ó no? ¡No he de querer! dijo doña Jova afeetuosa- mente. Tu pobre padre estaba también impaciente por tu desaparición, Sales, hijo y no dices á donde vas. ¡Oh, mamá! -—- dijo el joven —es que yo iba á volver enseguida. Además ¿á qué sitio malo