Amir y BArasi 55
APÍTULO X
Eran las ocho de la mañana y doña Jova, que había velado toda la noche. tenía los ojos enrojeci- dos, las mejillas pálidas y la mirada apagada. Amir había entrado muy temprano á saludar á su padre, y desapareció luego. Nadie en la casa sabía dar ra- zón de su paradero.
Doña Jova comenzaba á inquietarse.
En las primeras horas de la noche anterior, había tenido lugar entre ella y su hijo, una escena paté- tica. Con la cabeza apoyada en el respaldo del sillón hablóla el joven con lágrimas en los ojos.
— Hijo — díjole entonces doña Jova, dándole un consuelo que necesitaba ella también; nuestra situa- ción no tan crítica si la enfermedad de tu padre no se agrava... Y con uno de esos gritos del alma, con esa voz de delicado sentimiento, que brota de las fibras más profundas del corazón, murmuró : -—¡No se agravará; Dios no podrá quererlo!...
— Mamá — murmuró el joven en el mismo diapa- són — ¡qué mudanza en nuestro destino! ¡con qué rapidez ha huído nuestra felicidad !— ¡Ah! conti- nuó: ¡Ah, mamá querida! no sé lo que fuí ayer. pero creo que hoy soy un hombre... Un hombre porque pienso lo que no pensé jamás, porque anú- lizo lo que no hubiera analizado nunca en nuestra pasada situación...
¡No puedo poseer la clarovidencia que se obtiene con los años, pero tengo ¡y esto es tanto como eso! tengo conciencia de que se necesita del apoyo de