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Amir y Rrasi 65

sentaba perfectamente bien. El joven se aproximó á su madre. — ¿Te vas? —- pudo apenas decirle ésta — Sí. mamá. contestó Amir. Doña Jova apoyó sus manos en los hombros del joven y le dió un beso en la frente. — Hijo — pórtate bien — le dijo. --- Mamá... sólo dijo Amir y se marchó.

Desde el día de la muerte de don Alvaro, con- servaba doña Jova los párpados enrojecidos y sus


ojos estaban constantemente llenos de lágrimas. Sus mejillas parecían más hundidas y el traje negro le prestaba un aspecto muy demacrado.

Eran las diez cuando Amir alejóse de la casa paterna. no sin sentir una débil vacilación. En todas las cirennstancias. por sencillas que sean, se siente siempre nna duda: algo nos preocupa. algo nos inquieta.

Por no desmentir una vez más, su altivez. entró el joven al salón de clase, con la cabeza erguida. Sin embargo. su pedantería le sentaba tan bien que no resultaba antipático lo que rara vez sucede. Los alumnos euchichearon al verle y Amir se sintió medio abochornado.

Una sonrisa de burla de uno de los más grandes, no pasó desapercibida para el joven. ¡Ah! — mas- eulló entre dientes. A la hora del recreo arreglaré este asunto. Aquel ganso ¡vaya un zonzo! parece burlarse de mí.

Y cuando los párvulos corrían y saltaban, Amir se ecercó al qué, en concepto suyo le había insul- tado con una sonrisa de desprecio.

Amiguito — le dijo, — eogiéndole por la casa- ca — he observado que usted ha intentado hoy, reirse de mí y es preciso que yo le enseñe á usted que de mí, no se burla nadie.


Amir y Rrasi.