70 Margarita Eyherabide no eran cuatro, sino seis hombres, que cogidos del sauce esperaban de ellos la salvación que se efectuó rápida, pero con trabajos sin cuento.
Los cuatro infelices, exhaustos de fuerzas, insen- sibles casi, compenetrados de que sus brazos se nega- rían á sostenerlos sujetos al árbol, habíanse ama- rrado al sauce con sus fajas.
Era un euadro espantoso, ver las ramas débiles del árbol batiendo con fuerza las aguas furiosas, y los infelices, rígidos, batiendo diente con diente, moviéndose á impulsos del horrible y aterrador vaivén. Pero en esta dificilísima disputa entre la. vida y la muerte, la providencia velaba afanosa: no pereció uno solo de los hombres que se vieron en tan arriesgado trance.
A lo lejos, sintióse, en ese instante, la lenta pita- da del vapor.
Amir. valeroso y patriótico sintió que su pecho se ensanchaba de agradecimiento y prorrumpió en un ¡hurra! á nuestros vecinos de la frontera.
Panchito, que había cerrado el pico de nuevo, volvió á abrirlo de improviso, haciendo el más en- diablado gesto de espanto. Algo, que se hacía informe. por la distancia, pero que se deslizaba con una celeridad vertiginosa por la corriente del río, semejaba un inmenso cuervo amarrado con garfios de marfil á la llanura ondulante y fiera.
— ¡Digan — murmuró Amir con tono trágico — digan á ese infeliz que navega en la cumbre de su rancho. que sonría á la esperanza y que confíe ciego en la salvación!...
¡Felices nosotros que pisamos tierra firme y aún nos queda un horizonte inmenso que mirar, no sólo con esperanza ilusoria, sino con fe sincera!...