Amir y Arasi 33
volvió á sentir nueva oleada de sangre en las meji- llas. Siñasiña enrojeció también. Muchas gracias — murmuró, pero, en seguida volvió el rostro con alti- vez no disimulada. ¡ Ya eran enemigos!
— Si— decía el señor Gongalves, dando una pal- madita en la espalda. á Amir, y echando á andar por un sendero que hallaba su término en un ma- nantial bordeado de helechos y culantrillos. Esto es encantador. Y bien que Alvaro tenía muy en cuenta todo esto. pues varias veces le adiviné en sus conversaciones propósitos muy deliberados, por lo que puede colegir... En fin ¿qué se va á hacer? continuó. Dios no quiso que se realizaran las bellas suposiciones en que solía iniciarme tan francamente mi pobre hermano.
— Y bien, amiguito — siguió diciendo á Amir el señor Goncalves. Pero el joven parecía medio ale- lado, como asimismo la brasilerita que se volvía más hosca y demostraba sostener hasta lo inverosí- mil un enojo inmotivado del que era ella la prin- cipal é inconsciente causa.
Amir, ofendido en su amor propio se sentía furio- so contra la chica; ella, en cambio, reconocía que el despecho la mantenía airada y desdeñosa.
Sucede á menudo que no podemos tolerar en otros lo que llamamos nna falta de educación ó de urba- nidad y generalmente por torpe y no estudiada cir- cunstancia, nosotros mismos, sin anterior mediación oculta del corazón ó la cabeza, nos exponemos ino- centemente á un desaire, que es siempre un agravio que hiere dos razones: la razón del amor propio y la razón que no razona con el merecimiento... justo. Total: es la misma razón dividida en dos á raíz de una abundancia de discernimiento.