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Amir y Azasi 93


Después de una media hora, internóse el coche en las callejuelas de la Cuchilla y Arasi, que había permanecido indiferente al paisaje nuevo que á cada paso tenía ante su vista, lanzó un grito de satisfacción, al entrar á Artigas y al divisar las pri- meras casas de la vecina ciudad.

El bote esperaba pronto ya á marchar á la mar- gen opuesta.

Detuviéronse los boteros y el señor Goncalves, su esposa y su hija, se embarcaron precipitada- mente.

¡Qué lágrima ardiente sintió Arasi deslizarse por su mejilla y venir á caer encima de su mano que estrujaba nerviosa la pecherita elara de una blusa de cambray!

—Mala, mala—se repetía la niña en voz baja. ¡ He sido mala con el castellano, yo qué con papá y mamá soy tan buena. Aquel libro tuvo la culpa. Yo que quería ser tan amiguita de él! A esta hora, estará diciendo que la tal Arasi es una mal educada y una necia. ¿Cuándo le veré otra vez para demos- trarle que no lo soy y que se ha equivocado? Cómo jamás había sentido, una tristeza repentina comenzó á adueñarse de su inexperto corazón. Arasi hubiera querido llorar; hizo unos pucheros de re- cién nacido y contuvo las lágrimas porque compren- dió que la avergonzarían.

¡Eran lágrimas sin causa! ¡inocentes gotas de rocío desprendidas del pétalo de una flor, que no había visto aún la sombría túnica de la noche!

César y Arasi, á quien llamaban conmúnmente Siñasiña. eran los dos hijos únicos de doña Delia y el señor Goncalves. — Nació César hecho un hermoso varón. un lindo rapaz que volvía locos á