Amir y Arasi 91
CAPÍTULO XVI
Alzábase el sol en la línea del horizonte. Ni una nube turbaba la diafanidad del cielo y una brisa sutilísima movía apenas las corolas multicolores de las campanillas del prado. Un jinete, se detuvo á la puerta de la estanzuela del señor Goncalves.
—Ah ¡calla!... exclamó éste al verle. Si es mi amiguito, el hijo de mi querido hermano Alvaro.
— Aquí tiene usted, en efecto, á su amiguito Amir. dijo el joven desmontando. El señor y el joven se estrecharon cariñosamente las manos.
—Pasa, pasa, querido —y el señor Gongalves se puso á gritar: — Delia. Arasi — vengan á saludar al hijo de mi querido hermano Alvaro.
— ¡Ah! se oyó exclamar una voz fresca al otro extremo del jardín.
El señor Goncalves hizo pasar al joven.
—Vamos en husca de las señoras, murmuró con la sonrisa más afable. Convén conmigo en que te has hecho de rogar. ¡El hijo de mi hermano Alvaro tratándose como á extraños!... No te salvas de mis quejas. y ya había dicho á Delia y á Siñasiña que te amonestaría. — Rió dulcemente Amir; su satisfacción era aparente.
Por un sendero tapizado de musgo y con la falda remangada y la cabeza erguida pero con una son- risa simpática en los labios y la más cariñosa expre- sión en los ojos apareció doña Delia, vestida con un vaporoso traje de mañana.
Mira — arguyó el señor Goncalves, señalando
Amir y Rrasi. 2.