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100 Margarita Eyherabide

—Y de allá para acá por lo consiguiente y el señor Goncalves miró á Amir que sonreía.

— ¡Ah! — dijo el joven -—- nosotros necesitamos eso como un exelusivismo nuestro... Y si nó, mire usted, señor Grongalves. Esas barcas que cruzan el río, son brasileras ¡no hay nna sola que pertenezca á m oriental — ¿por qué?

— Porque no es posible.

— ¿Y por qué no es posible?

— Porque las aguas son brasileras.

— He ahí la conclusión que ansiaba -—¡eso es un absurdo! ¡ceso es una usurpación !

— Pero. — continuó el joven, volviéndose viva- mente ¡perdón! ¡pido á¿ usted mil perdones, señor Gongalves! Había olvidado que no trataba con un oriental, sino...

— Sino con un...—añadió Goncalves riendo y estrechando el brazo del joven. — Eres un mucha- cho patriota y valiente — le dijo después de mirar- lo un instante. — Prosigue...

— Es inútil —respondióle Amir con voz grave.

— Nada de lo que puedas decir, será inútil.

— Mi útil... porque no me pertenece la discusión.

— ¡Cómo!— dijo el señor Goncalves mirando fijamente al joven — ¿no eres un oriental?

—¡Y adoro á mi patria!

— ¡Con mil diablos! — Hijo. eres un oriental que hace honor á su patria.

Amir sonrió y dijo:

— Creo en sus palabras y por lo mismo, le ruego señor Goncalves que no prosigamos una conversa- ción, que he sostenido sin querer y muy á pesar mío.