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con lo suyo. Construye, por lo tanto, parte del cimiento de lo que será literatura nacional.

No se preocupa ni ocupa siquiera de escuelas ó de dogmas. Viste su observación ó su idea con el traje que le parece más adecuado. No toma, como se hizo en otro tiempo, asuntos falsamente nacionales, para tratarlos con un amaneramiento más artificial aún. Su pluma esquiva por instinto los productos híbridos. Fondo y forma brotaron para él de la tierra, como un diamante á veces, como un fruto siempre.

—¿Dónde ha aprendido usted á emplear un lenguaje tan propio de nuestro medio?— le preguntaba un amigo.

—En el campo... con los gauchos— contestó sencillamente.

Cuando hay algo adentro ¿qué mejor maestro que la realidad?

Quizá para los académicos á todo trance, el estilo de Godofredo Daireaux se resienta por ese mismo mérito y sin embargo, esa ingenua frescura de lenguaje que pasando por el alma primitiva y la imaginación pintoresca del campesino, viene á servir luego á un escritor de raza, es al propio tiempo documentaria, artística, poética. Más vale escribir con fuego que con hielo; y la gramática suele helar cuanto toca, si no se tiene bastante calórico para contrarrestarla. Escribir según las reglas suele ser como echarse á nadar con la teoría...

Quizá también la lengua materna juegue alguna mala pasada al escritor... Peccata minuta: un pliegue descuidado no puede amenguar la belleza de una soberbia estatua.

Y Daireaux quedará cuando muchos académicos se hayan ido para no volver, y sus libros evocarán para los que lleguen más tarde nuestra vida argentina de cuando este país nacía á la civilización, y era original, espontáneo, interesante, sin doblez ni convencionalismo.

*

El hombre dijo á la oveja... es la obra inédita más reciente de Daireaux, y será recibida como se merece: