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sería mucho más larga que la lista de sus virtudes; y no hay duda que el hombre es muchísimo mejor que esos seres inferiores. Pero podría suceder ¿no es cierto? por una gran casualidad, que también se encontrasen hombres que no fueran modelos de lealtad, de desprendimiento, de gratitud, de modestia, de generosidad, de buena fe, y para enseñarles á corregirse, el apólogo es y siempre será de gran resultado; por lo menos podrá servir de desahogo al que sienta la imperiosa necesidad de reprender sin herir, y si por sus alusiones y sus indirectas, las fábulas hacen cosquillas al que las oiga... ¡que en silencio se rasque!

Bien raras veces, por lo demás, se da uno por aludido: cuando, en un círculo de muchachos, algún travieso ha pegado con alfiler colas de papel á dos de sus compañeros, todos, por supuesto, se ríen, pero, más que los otros, siempre los dos que llevan la cola.

La fábula no hace personalidades; y su gran poder, justamente, consiste en que á nadie choca, ya que siempre puede cualquiera desconocer en ese espejo las arrugas de la propia cara y aplicar á otro la semejanza; pero