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Facundo

quísión. San Juan experimentó una sublevación católican, porque así se llama el partido, para distinguirse de los «dibertinos», sus enemigos.

FACUNDO Sofocada esta revolución en San Juan, sábese un día que Facundo está á las puertas de la ciudad con una bandera negra dividida por una cruz sanguinolenta, rodeada de este lema: ¡Religión ó muerte!» ¿Recuerda el lector que he copiado de un manuscrito, que Facundo nunca se confesaba, ni oía misa, ni rezaba, y que él mismo decía que no creía en nada?» Pues bien; el espíritu de partido aconsejó á un célebre predicador llamarle «El Enviado de Dios», é inducir á la muchedumbre á seguir sus banderas. Cuando este mismo sacerdote abrió los ojos y se separó de la cruzada criminal que había predicado, Facundo decía que nada más sentía que no haberlo á las manos para darle seiscientos azoles.

Llegado á San Juan, los principales de la ciudad, los magistrados que no habían fugado, los sacerdotes, complacidos por aquel auxilio diviño, salen á encontrarlo, y en una calle forman dos largas filas. Facundo pasa sin mirarlos; síguenle á la distancia, turbados, mirándose unos á otros en la común humillación, hasta que llegan al centro de un potrero de alfalfa, alojamiento que el general pastor, este hicson moderno, prefiere a los adornados edificios de la ciudad. Una negra que lo había servido en su infancia, se presenta á ver á su Facundo: la sienta á su lado, conversa afectuosamente con ella, mientras que los sacerdotes, los notables de la ciudad, están de pie, sin que nadie les dirija la palabra, sin que el jefe se digne despedirlos.

Los católicos» debieron quedar un poco dudosos de la importancia é idoneidad del auxilio que tan inesperadamente les venía. Pocos días después, sabiendo que el cura de la Concepción era ««libertino», mandó traerlo con sus soldados, vejarlo en el tránsito, ponerle una barra de grillos; mandándole prepararse para morir. Porque han de saber mis lectores chilenos, que por entonces había en San Juan sacerdotes «libertinos», curas, clérigos, frailes, que pertenecían al partido de la presidencia. Entre otros, el presbítero Centeno, muy conocido en Santiago, fué, con otros seis, uno de los que más trabajaron en la reforma eclesiástica. Mas, era necesario hacer algo en favor de la religión para justificar el lema de la bandera.