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Página:Facundo - Domingo Faustino Sarmiento.pdf/162

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Domingo F. Sarmiento

que estaban reunidos, deja á otra atrás, hace poner guardias en todas las avenidas, y tomando él por otro camino, entra en la ciudad dejando presos á sus oficiosos huéspedes, que tuvieron que pasar el resto del día y la noche entera agrupados en la calle, haciéndose lugar entre las patas de los caballos para dormitar un poco. El que lea esto se indignará del ultraje afrentoso é insolente hecho á sus partidarios mismos, á los que con su cooperación lo han elevado. Yo no veo en esto sino una faz histórica y característica de la lucha argentina. Facundo deja de fingirse federal, como lo entendían los hombres de las «ciudades»; es el enemigo de todos los que llevan frac, es el elemento bárbaro que se representa en toda su desnudez; y es preciso hacerlo sentir á los ilusos que se cuentan aún entre sus partidarios.

Cuando hubo llegado á la plaza, hace detener en medio de ella su coche, manda cesar el repique de las campanas, y arroja á la calle todo el amueblado de la casa que las autoridades han preparado para recibirlo: alfombrado, colgaduras, espejos, sillas, mesas, todo se hacina en confusa mezcla en la plaza, y no desciende sino cuando se cerciora de que no quedan sino las paredes limpias, una mesa pequeña, una sola silla y una cama: «Es un espartano», diría otro que yo, que no veo en estos miserables manejos sino la insolencia brutal de un bárbaro que insulta á las «ciudades», afectando desdeñar sus goces, su lujo y sus usos civilizados. Mientras que esta operación se efectúa, llama á un niño que acierta á pasar cerca de su cohe, le pregunta su nombre, y al oir el apellido Rosa, le dice: «su padre, don Ignacio de la Rosa, fué un grande hombre; ofrezca á su madre de usted mis servicios»».

Al día siguiente amanece en la plaza un banquillo de fusilar, de seis varas de largo. ¿Quiénes van á ser las víctimas? ¡Los unitarios han fugado en masa, hasta los tímidos que no son unitarios! Facundo empieza á distribuir contribuciones á las señoras en defecto de sus maridos, padres hermanos ausentes; y no son por eso menos satisfactorios los resultados. Omito la relación de todos los acontecimientos de este período, que no dejarían escuchar los sollozos y gritos de las mujeres amenazadas de ir al banquillo y de ser azotadas: dos ó tres fusilados, cuatro