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Página:Facundo - Domingo Faustino Sarmiento.pdf/188

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Domingo F. Sarmiento

de las montañas, el cataclismo, traerían el caos que precede á cada una de las ceremonias sucesivas de que nuestro globo ha sido teatro.

DOMINGO F. BARMIENTO Tal era la influencia que Rosas ejercía en 1834. El gobierno de Buenos Aires se sentía cada vez más circunscripto en su acción, más embarazado en su marcha, más dependiente del Héroe del Desierto. Cada comunicación de éste era un reproche dirigido á su gobierno, una cantidad exorbitante exigida para el ejército, alguna demanda inusitada; luego la campaña no obedecía á la ciudad, y era preciso poner á Rosas la queja de este desacato de sus adictos. Más tarde, la desobediencia entraba en la ciudad misma; últimamente, hombres armados recorrían las calles á caballo disparando tiros, que daban muerte á algunos transeuntes. Esta desorganización de la sociedad iba de día en día aumentándose como un cáncer, y avanzando hasta el corazón, si bien podía discernirse el camino que traía desde la tienda de Rosas á la campaña, de la campaña á un barrio de la ciudad, de allí á cierta clase de hombres, los carniceros, que eran los principales instigadores.

El gobierno de Balcarce había sucumbido en 1833 al empuje de este lesbordamiento de la campaña sobre la ciudad. El partido de Rosas trabajaba con ardor para abrir un largo y despejado camino al Héroe del Desierto, que se aproximaba á recibir la ovación merecida, el gobierno; pero el partido federal de la ciudad» burla todavía sus esfuerzos si quiere hacer frente. La Junta de Representantes se reune en medio del conflicto que trae la acefalía del gobierno, y el general Viamont, á sú llamado, se presenta con la prisa en traje de casa y se atreve aún á hacerse cargo del gobierno. Por un momento parece que el orden se restablece, y la pobre ciudad respira; pero luego principia la misma agitación, los mismos manejos, los grupos de hombres que recorren las calles, que distribuyen latigazos á los pasantes.

Es indecible el estado de alarma en que vivió un pueblo entero durante dos años con este extraño y sistemático desquiciamiento. De repente se veían las gentes disparando por las calles y el ruido de las puertas que se cerraban, iba repitiéndose de manzana en manzana, de calle en calle. ¿De qué huían? ¿Por qué se encerraban á la mitad