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Página:Facundo - Domingo Faustino Sarmiento.pdf/193

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Facundo

Antes de llegar a la posta de Ojo de Agua, un joven sale del bosque y se dirige hacia la galera, requiriendo al postillón que se detenga. Quiroga asoma la cabeza por la portezuela, y le pregunta lo que se le ofrece: —Quiero hablar al doctor Ortiz. Desciende éste, y sabe lo siguiente: En las inmediaciones del lugar llamado Barranca—Yaco, está apostado Santos Pérez con una partida; al arribo de la galera deben hacerle fuego de ambos lados, y matar en seguida de postillón arriba; nadie debe escapar, ésta es la orden. El joven, que ha sido en otro tiempo favorecido por el doctor Ortiz, ha venido á salvarlo, tiénele caballo allí mismo para que monte y se escape con él; su hacienda está inmediata. El secretario, asustado, pone en conocimiento de. Facundo lo que acaba de saber, y le insta para que se ponga en seguridad. Facundo interroga de nuevo al joven Sandivaras, le da las gracias por su buena acción, pero lo tranquiliza sobre lo temores que abriga. «No ha nacido todavía, le dice con voz enérgica, el hombre que ha de matar á Facundo Quiroga. A un grito mío, esa partida, mañana se pondrá á mis órdenes y me servirá de escolta hasta Córdoba. Vaya usted, amigo, sin cuidado».

Estas palabras de Quiroga, de que yo no he tenido noticia hasta este momento, explican la causa de su extraña obstinación en ir á desafiar la muerte. El orgullo y el terrorismo, los dos grandes móviles de sn elevación, lo llcvan maniatado á la sangrienta catástrofe que debe termiFACUNDO de rodillas en presencia del doctor Maza (degollado por los agentes de Rosas) que él no se había propuesto sino salvar á Quiroga, que el 24 de Diciembre había escrito á un amigo de éste, un francés, que le hiciese decir á Quiroga que no pasase por Monte de San Pedro, donde él estaba aguardándolo con veinticinco hombres para asesinarlo por orden de su gobierno; que Toribio Junco (un gaucho de quien Santo Pérez decía: hay otro más valiente que yo: es Toribio Junco), había dicho al mismo Cabanillas, que observando cierto desorden en la conducta de Santo Pérez, empezó á acecharlo, hasta que un día lo encontró arrodillado en la capilla de la Virgen de Tulumba, con los ojos arrasados en lágrimas; que, preguntándole la causa de su quebranto, le dijo: estoy pidiendo á la Vírgen me ilumine sobre si debo matar á Quiroga según me lo ordenan, pues me presentan este acto como convenido entre los gobernadores López, de Santa Fe. y Rosas, de Buenos Aires, único medio de salvar la República. (Nota de la edición de 1851).