Ir al contenido

Página:Facundo - Domingo Faustino Sarmiento.pdf/202

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
202
Domingo F. Sarmiento

de crearlo á fuerza de hacer imposible el reposo. Dueño una vez del poder absoluto, ¿quién se lo pedirá más tarde, quién se atreverá á disputarle los títulos á la dominación?

Los romanos daban la dictadura en casos raros y por término corto fijo; y aun así, el uso de la dictadura temporal autorizó la perpetua, que destruyó la República y trajo todo el desenfreno del Imperio. Cuando el término del gobierno de Rosas expira, anuncia su determinación decidida de retirarse á la vida privada; la muerte de su cara esposa, la de su padre, han ulcerado su corazón; necesita ir lejos del tumulto de los negocios públicos á llorar á sus anchas, pérdidas tan amargas. El lector debe recordar, al oir este lenguaje en la boca de Rosas, que no veía á su padre desde su juventud, y á cuya esposa había dado días tan amargos, algo parecidos á las hipócritas protestas de Tiberio ante el Senado Romano. La Sala de Buenos Aires le ruega, le suplica que continúe haciendo sacrificios por la patria; Rosas se deja persuadir, continúa tan sólo por seis meses más; pasan los seis meses y se abandona la farsa de la elección. Y, en efecto, ¿qué necesidad tiene de ser electo un jefe que ha arraigado el poder en su persona? ¿Quién le pide cuenta, temblando, del terror que les ha inspirado á todos?

Cuando la democracia veneciana hubo sofocado la conspiración de Tiépolo, en 1300, nombró de su seno diez individuos que, investidos de facultades discrecionales, debían perseguir y castigar á los conjurados, pero limilando la duración de su autoridad á sólo diez días. Oigamos al conde de Daru, en su célebre «Historia de Venecia», referir el suceso. «Tan inminente se creyó el peligro, dice, que se cred una autoridad dictatorial después de la victoria. Un Consejo de diez miembros fué nombrado para velar por la conservación del Estado. Se le armó de todos los medios, librósele de todas las formas, de todas las responsabilidades, quedáronle sometidas todas las cabezas.

«Verdad es que su duración no debía pasar de diez días; fué necesario, sin embargo, prorrogarla por diez más, después por veinte, en seguida por dos meses; pero, al fin, fué prolongada seis veces seguidas por este último término.

A la vuelta de un año de existencia se hizo continuar por cinco.

Entonces se encontró demasiado fuerte para prorrogarse á sí mismo durante diez años más, hasta que fué aquel terrible tribunal declarado perpetuo. Lo que había