Página:Felisberto Hernandez. Obras completas Vol. 2.djvu/222

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muñecas estaban en traje de baño. Horacio se había dete¬ nido frente a dos que simulaban una conversación: una de ellas tenía dibujado, en el abdomen, circunferencias concéntricas como un tiro al blanco (las circunferencias eran rojas) y la otra tenía pintado peces en los omóplatos. La cabeza pequeña de Horacio sobresalía, también, con fijeza de muñeco. Aquella cabeza siguió andando por en¬ tre la gente hasta detenerse, de nuevo, frente a las muñe cas del bosque: eran indígenas y estaban semidesnudas. De la cabeza de algunas, en vez de cabello, salían plantas de hojas pequeñas que les caían como enredaderas; en la piel, oscura, tenían dibujadas flores o rayas, como los caníbales: y a otras les habían pintado, por todo el cuerpo, ojos humanos muy brillantes. Desde el primer instante, Horacio sintió predilección por una negra de aspecto nor¬ mal; sólo tenía pintados los senos: dos cabecitas de ne¬ gros con boquitas embetunadas de rojo. Después Horacio siguió dando vueltas por toda la exposición hasta que llegó Facundo. Entonces le preguntó: —De las muñecas del bosque, ¿cuáles son Hortensias? —Mira hermano, en aquella sección, todas son Hor¬ tensias. —Mándame la negra a Las Acacias... —Antes de ocho días no puedo sacar ninguna. Pero pasaron veinte antes que Horacio pudiera reu¬ nirse con la negra en la casita de Las Acacias. Ella estaba acostada y tapada hasta el cuello. A Horacio no le pareció tan interesante; y cuando fue a separar las cobijas, la negra le soltó una carcajada in¬ fernal. María empezó a descargar su venganza de pala¬ bras agrias y a explicarle cómo había sabido la nueva traición. La mujer que hacía la limpieza era la misma que iba a lo de Pradera. Pero vio que Horacio tenía una tran¬ quilidad extraña, como de persona extraviada y se detuvo. 230