Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/1076

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Seis años después de un primer ensayo “Por la vida”, ensayo sin más allá y sin éxito pero que ya revelaba un temperamento, apareció en 1894 la novela realista, de pasión y de tragedia, “Beba”, donde las figuras y el escenario fueron tomados de la propia cabaña de Reyles.

“La crítica, sin discrepancias — dice Zum Felde — abundó en conceptos altamente elogiosos y la personalidad del joven novelista quedó "consagrada dentro de las letras nacionales”. Era, en verdad, una cumplida realización, en medio de las muchas tentativas sin éxito que se registraban en el campo de la novela.

Después de un prolongado viaje por Europa, Reyles dió a la imprenta en Montevideo, sucesivamente y bajo un mismo nombre de “Academias”, tres narraciones cortas: “Primitivo”, “El Extraño” y “Sueño de Rapiña”, donde aparece influenciado por los escritores de la escuela psicológica que entonces primaban en el mundo literario. Pero la sugestión no duró mucho y en “ La raza de Caín”, aparecida en 1900, en edición con modernos detalles de buen gusto, desconocidos hasta entonces aquí en materia tipográfica, el temperamento realista volvió por sus fueros. No obstante la indiscutible categoría de la nueva producción, “Beba” continuó manteniendo la preeminencia de fondo.

Después vió luz “La muerte del cisne”, novela de la cual se hicieron dos traducciones, aunque poco añade a los méritos de Reyles. El autor, por otro lado, se nos presenta bajo una nueva faz, animado ahora por antipáticos principios negativos de ideal, que andando el tiempo debían cristalizar en las funestas tendencias ideológicas totalitarias, que aparejaron la quiebra de algunos grandes intelectuales del Río de la Plata.

Subsiguen a esta obra, “El Terruño”, en ambiente y con personajes nacionales, con prólogo de Rodó, y “Diálogos Olímpicos”, especie de monólogo interior — según se ha dicho — de un hombre que poseía dos naturalezas.

Su último libro, “El Embrujo de Sevilla”, impreso en Madrid en 1921, obra bien juzgada por la crítica, pues lo merecía, fué la más concluyente prueba de la facilidad de Reyles para adaptarse a las más variadas modalidades. En esta obra, donde aparece como un escritor de pura cepa andaluza, en posesión total del escenario y de los personajes, resucita — curioso detalle — el recuerdo de un Reyles de juventud, cuando en 1889, en Montevideo, alternaba con diestros y picadores, peinado y trajeado al modo de los toreros, amigo predilecto de Mazantini; y trae a la memoria, también, aquel cuento suyo primigenio, “Capricho de Goya”, donde “El Embrujo de Sevilla” parece latente.

A la carrera del novelista hay que agregar ahora la breve excursión de Reyles por el mundo de la política nacional, como iniciador y factor decisivo en la organización del Club “Vida Nueva”, donde pensó agru-

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