Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/108

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elección, el Congreso no aceptó los diputados de la provincia Oriental : rechazando los hombres esperaba rechazar las ideas.

“En el ambiente agreste, donde el sentir común de los hombres de la ciudad solo veía barbarie, disolución social, energía rebelde a cualquier propósito constructivo, — dice Rodó — vió el gran caudillo, y sólo él, la virtualidad de una democracia en formación, cuyos instintos y propensiones nativas, podían encauzarse como fuerzas orgánicas, dentro de la obra de fundación social y política que había de cumplirse para el porvenir de estos pueblos”.

Frustradas todas las tentativas de avenimiento en lo relativo a la no admisión de los diputados, Artigas contemporizo todavía, manteniéndose en posición razonable, pronto a entrar en el terreno conciliatorio, a que se le llamara.

De aquí nació la idea de convocar un nuevo congreso provincial y el acuerdo de reunirlo, conforme se reunió en la Capilla de la chacra de Maciel, en el Miguelete, el 8 de octubre de 1813.

La obra de estos asambleístas, dirigidos por políticos hábiles que actuaban detrás del general Rondeau, vino a dar por tierra con todo lo resuelto en el Congreso de Abril, llegando hasta deponer a Artigas del gobierno. Pero tan lejos fueron en la maniobra, que la Asamblea Constituyente de Buenos Aires no se atrevió a admitir en su seno a los diputados de Capilla Maciel.

Ante semejante actitud de los políticos de Buenos Aires, Artigas — una segunda vez — el 20 de enero de 1814, se retiró del sitio de Montevideo llevando consigo más de tres mil hombres. Iba a extender el radio de su influencia, cada día mayor, sobre las provincias litorales, donde lo reconocían como jefe, y sus pasos se encaminaron al Norte, deteniéndose en el pueblo de Belén.

Gervasio A. Posadas, Director de Buenos Aires, respondió con el decreto de 11 de febrero, declarándolo traidor y enemigo de la patria, ofreciendo un premio de 6.000 pesos al que lo entregara vivo o muerto. Artigas, por su parte, declaró la guerra al Directorio, aprestándose a combatirlo.

En esos días, más o menos, el Virrey de Lima, general Pezuela, le enviaba por un propio una carta, sugiriéndole la posibilidad de un convenio que lo favoreciera, impuesto de que Artigas, “fiel a su monarca”, sostenía sus derechos. Pero Artigas le respondió: “Han engañado a V. S. y ofendido mi carácter, cuando le han informado que yo defiendo a su rey… Esta cuestión la decidirán las armas… Yo no soy vendible, ni quiero más premio por mi empeño que ver libre mi nación del poderío español…”

La caída de Montevideo en manos de los porteños el 20 de junio de 1814 pareció en un momen-

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