Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/1150

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conservadores y prestó su apoyo al general César Díaz, jefe de esta filiación, en el movimiento de 1857-58, trágicamente epilogado en Quinteros. Escapó cruzando la frontera del Brasil y luego, temeroso de la venganza de los sangrientos vencedores, puso por medio el río Uruguay, yéndose a domiciliar en Entre Ríos, donde el capitán general Urquiza lo recibió muy bien, facilitándole medios de desahogada subsistencia en una de sus varias estancias.

Sandes, emigrado, vino a convertirse en una obsesión para los jefes de policía de Pereira, a lo largo del litoral, principalmente para el coronel Basilio Pinilla, de Paysandú, el cual organizó una amplia red de agentes encargados de espiar los movimientos del enemigo comandante.

En estos años de Entre Ríos se hicieron presentes las primeras manifestaciones de la enfermedad al pecho que debía concluir con su vida.

No sirvió más en el ejército nacional el comandante Sandes, convirtiéndose a poco andar en jefe del ejército argentino, donde tuvo una actuación tan brillante como controvertida en las guerras civiles del interior provincial, combatiendo caudillos y montoneras, solo, en la vanguardia del general Wenceslao Paunero, o bajo las órdenes de otros jefes, al frente del Escuadrón de Guías o del Regimiento Nº 3 “donde volvió a las antiguas glorias de los Granaderos a caballo y de los Coraceros de Ituzaingó”, según palabras de Sarmiento.

Controvertida no desde el punto de vista militar, sobre el cual parece haber consenso, pero discutido y discutible en cuanto a sus métodos expeditivos por demás; autoritario y cruel, pacificaba un poco al modo de aquellos pacificadores de Tácito, haciendo la soledad.

En descargo de la fama de Sandes, corresponde dejar constancia que probablemente se trataba de un tarado, de un neurótico con accesos intermitentes de enfurecimiento que se hallan constatados por todos sus cronistas y por todas las personas. que lo conocieron de cerca.

“Silencioso, casi taciturno, cortés con los demás, a menos que la cólera, su defecto capital — dice J. L. Cuestas, su ex-secretario — lo hiciera entrar en aquellos sus paroxismos de violencia y de enojo, peligrosos para los demás y para él mismo, pero que pasaban como el huracán que se aleja rugiendo”.

Existía por entonces la leyenda de que habiendo sido mordido por un perro rabioso cuando era joven, el fierro ardiente con que el propio Sandes cicatrizó sus heridas, no bastó para extirpar el horrendo virus, y la rabia no extinguida totalmente, recidivaba a intervalos.

Acabo después de finalizar una campaña de doscientas leguas al mando del 1er. Regimiento de caballería, a caballo siempre, peleando siempre, todo en diez días, sin descanso, para ir a caer en una cama vomitando sangre.

Era la hemoptisis de 1859, la que latigueada de una manera inaudita,

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