Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/244

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obra de intensa labor y de transcendentales proyecciones para la vida y el prestigio internacional de la República. Un clima de excepción, originado por la primera guerra mundial favoreció circunstancialmente la gestión del ministro que, poseedor de la calidad de estadista, supo aprovecharlo.

Elemento activo en la política interna, donde el sector mayoritario del Partido Colorado propiciaba una reforma constitucional modificativa de la estructuración del Poder Ejecutivo, sustituyendo la presidencia unipersonal por un Cuerpo Colegiado, y obtenido aunque en forma incompleta aquel postulado en la Carta de 1917, al término de la presidencia de Viera era el Dr. Brum el candidato indicado para sucederle.

A fines de 1918, el canciller realizó una jira política por ambas Américas, mereciendo especiales distinciones del presidente Wilson y cordial acogida en todas las patrias donde llevó su saludo fraterno.

El 1° de marzo de 1919, el voto de la asamblea general lo consagró presidente de la República para el cuadrienio 1919-23.

El presidente no desmintió las esperanzas que se cifraban en su gestión de gobierno: poseedor de una admirable capacidad de trabajo, abarcaba rápidamente las cuestiones. Dueño de un sentido cabal de los sucesos y una visión igualmente cabal de las personas, tenía inclinación notoria a encarar las cosas con criterio amplio, enderezando siempre hacia las soluciones humanas, las más difíciles y las más fáciles, según el espíritu del que las busque.

Firme en sus convicciones, porfiado o arrebatado a veces “la propensión bondadosa” era sin embargo su normal. Su modo de ser quedó reflejado en su obra; a través de su gestión de mandatario y de sus leyes, podría reconstruirse la estructura intelectual y moral del ciudadano que las emitió y llevó a la práctica.

Terminado el 28 de febrero de 1923 su período de gobierno, se restituyó a su estudio de abogado y en categoría de simple ciudadano, pero sin que pudiera desprenderse del prestigio político que se había ganado en el poder. Y este prestigio que conservó y supo acrecentar, lo llevó el 1° de marzo de 1931 al Consejo Nacional de Administración, instituido por la reforma constitucional de 1917, cargo que debía ocupar por el término de un sexenio, y presidirlo los dos primeros años en su calidad de primer titular.

Trascendentales sucesos, demasiado recientes, lo vinieron a encontrar en su alto cargo en el mismo tren de firmeza que había elegido para un caso eventual, pues nunca desmayó en lo que creía una actitud patrióticamente indeclinable.

Vió como el conflicto entre el ejecutivo unipersonal por un lado, y por otro la rama colegiada y el parlamento, se acercaba de modo paulatino; y cuando sonó la hora de afrontar la lucha en el terreno, ya había dispuesto con admirable serenidad su composición de lugar. No descartó

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