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yor de la República Romana, en los días que la histórica ciudad fué sitiada por el ejército de la coalición franco reaccionaria a órdenes del general Oudinot.

Aguiar descendía de antiguos esclavos negros manumitidos y el mismo era negro.

Joven, alto, de formas esbeltas, modelado músculo a músculo en rudas faenas de domador y endurecido por las intemperies, consumado jinete, placía a Garibaldi, a cuyo lado desempeñaba funciones de ayudante, verlo manejar el caballo y le encantaba la ligereza, la precisión y la gallardía con que Andrés saltaba y se afirmaba en los montados.

Como individuo y como soldado, su jefe ha certificado en sus escritos que Aguiar “pertenecía al grupo de hombres que la naturaleza forma para ser queridos. Tranquilo, bueno, valeroso, frío en el peligro, se captaba enseguida la simpatía de todos”.

Encerrado con Garibaldi en la Ciudad Eterna, el negro uruguayo, con una blusa colorada y un sombrero gris con plumas blancas, permanentemente junto a su jefe, se hizo pronto una de las figuras más conocidas del barrio del Transtiber, popular sobre todo entre las mujeres por el exotismo de su piel y su elegancia de jinete.

En la jomada de Velletri, el 19 de mayo de 1849, Aguiar, a quien se le habían otorgado los despachos de teniente con fecha 19 del propio mes, salvó con su actitud decidida y heroica la existencia de Garibaldi, en momentos en que la caballería del coronel Masina daba vuelta cara abandonando el campo en desorden.

Correspondióle pelear en los sitios de extremo peligro, con dos brechas abiertas en las murallas del sector extendido entre Puerta Portese y Puerta de San Pancracio, primera línea de defensa del Janículo y varias veces corrió el destemido teniente Aguiar grave riesgo.

El 30 de junio un casco de granada vino a herirlo de tal gravedad, que fueron inútiles para salvarlo todos los esfuerzos del doctor Bertani, “el medico de los héroes”. Entonces delante del cuerpo inanimado de su bravo ayudante y compañero, su fiel negro, fue cuando Rafael Tosi, testigo de la escena, vio — por primera vez en su larga carrera de soldado— llenarse de lágrimas los ojos de Garibaldi.

En el parte de la jornada firmado en San Pedro de Mortoio, el general dice así: “Ayer ha sido un día fecundo en hechos de armas: pérdidas y ventajas. Ayer Italia contó nuevos mártires... La América también dió ayer con la sangre de su valeroso hijo Andrés Aguiar, prueba del amor de los libres de todas las regiones por nuestra bellísima y desdichada Italia”.

Ver: J. M. , Fernández Saldaña. “Andrés Aguiar. El moro de Garibaldi”. La Prensa. Buenos Aires. Enero 1° de 1936.