Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/458

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para sostener una campaña de la índole que sostenía su diario y prestamente vióse en la obligación de irse de nuevo a la capital argentina, cuando en diciembre del 57 ya era inminente la revolución del general César Díaz.

Convencido de que la vuelta al país era imposible por muchos años, después de aplastado aquel movimiento y de las terribles matanzas subsiguientes a la capitulación de Quinteros en febrero de 1858, Fajardo, como la gran parte de los emigrados uruguayos en Buenos Aires, entró a figurar en la esfera política del general Mitre y militó como oficial voluntario a órdenes de Adolfo Alsina en la derrota de Cepeda.

Cuando el general colorado Venancio Flores alzó bandera revolucionaria contra el gobierno de Berro en 1863, Fajardo fué uno de los miembros del Comité Revolucionario cuya misión era aunar elementos al movimiento.

A la victoria de Flores el 20 de febrero de 1865, se embarcó para Montevideo, Pensaba el poeta que con ese triunfo había llegado “la época mejor”, pero no halló en el país lo que esperaba — el imperio de la ley y de la tolerancia — sino la dictadura personal del caudillo vencedor, todo lo templada que pudiera ser, pero siempre también una dictadura...

Antes de concluir el año 65, desengañado de todo, hasta de su pluma y completamente pobre, enderezó otra vez sus pasos a la Argentina, y sería la última. Había tomado sobre sí la honrada carga de ser el padre de su familia y esto, desde luego, hizo más ruda la lucha y más difícil el repecho, pues eran muchos a mantener.

Buscando suerte en el comercio, marchó a establecerse en el pueblo de Chivilcoy, en la provincia de Buenos Aires. En aquel destierro sufrió todavía un desencanto que le hizo sangrar el corazón, cuando su amigo Juan Carlos Gómez hizo públicas en “El Inválido Argentino” sus utopías anexionistas. Fajardo le escribió, protestando, una carta impregnada de profunda tristeza y hondo desconsuelo.

En el rincón de su pulpería, cada vez más pobre y más triste, vino a buscarlo la muerte al alborear el 1° de enero de 1868, después de una enfermedad de varias semanas, llena de alternativas.

Respecto a la obra poético-literaria de Heraclio Fajardo, resulta difícil juzgarla con el criterio y el modo de sentir de nuestra hora. Pertenece a la generación de los padres, cuyo destino es ser devorada por los hijos, según se ha dicho muy bien.

El mismo, en el prólogo de Arenas del Uruguay, solicitó de la crítica “severidad equitativa” y de sus lectores “imparcialidad”.

Convencido, por otra parte, de sus

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