Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/761

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La común afición por la poesía campera y la guitarra criolla los unió pronto, y bajo la sugestión imperativa de Hernández, a quien los versos de Lussich le resultaron excelentes, decidióse a publicar en Buenos Aires, en 1872, el tomo titulado “Los tres gauchos orientales”, que, de ese modo, vino a preceder en un semestre, más o menos, la aparición del famoso “Martín Fierro”.

En marzo de 1873, impreso con plomo porteño, acrecentó su bibliografía con “El matrero Luciano Santos”, donde se rendía homenaje de fraterna admiración al poeta amigo, destinado a ser inmortal.

Luciano Santos fué desde entonces el seudónimo elegido por Lussich en la cuerda criolla que pulsó con verdadero talento, en estrofas sentidas y fáciles, pero sin que luego perseverase en la senda. Por lo demás, la vida, con sus exigencias, lo había llevado, capitán de sus remolcadores, hacia el lado del mar, despertando otras fibras y poniendo de manifiesto las condiciones de descriptor y colorista que certifican — sobre todo — las páginas escogidos de “Naufragios célebres”, del cual cuentan una edición privada de 1892 y otra del año siguiente.

Una cuarta edición de “Los tres gauchos orientales” se hizo en Montevideo en 1883, a la cual debe añadirse una póstuma.

Cerrada virtualmente la etapa literaria y un tanto en relache como capitán de mar, Lussich derivó hacia una nueva y curiosa actividad, al hacerse dueño, en 1896, de un extenso fundo costero en Punta Ballena, allí donde se confunden las aguas del Plata con las del Atlántico.

Lo animaba el propósito de convertir las arenas de los médanos en un bosque artificial donde reuniría las especies más diversas, transforando el suelo, pintando de colores nuevos los horizontes y haciendo florecer el paisaje.

Cincuentón, pero animoso y robusto, dió principio a su soberbio plan colonizador, y los dioses — probablemente admirados de su noble propósito — le concedieron el don de que pudiera ver como iba desarrollándose paulatinamente, hasta poderlo contemplar en su plenitud, y dejar todavía que disfrutara de sus árboles hasta los 80 años, que cumplió en total integridad intelectual y física, para fallecer, pocas semanas después, en Montevideo, el 5 de junio de 1928.

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