Página:Fernández Saldaña - Diccionario Uruguayo de Biografías (1810-1940).djvu/796

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llas militares, entristece ver cómo, en el último tercio de su vida, las exigencias de la política y las imposiciones de los hechos imperantes, lo vincularon a situaciones de dudosa escrupulosidad republicana y su firma viene a encontrarse al pie del decreto de 10 de agosto de 1855, restrictivo de la libertad de imprenta, que colmando una serie de desaciertos provocó el estallido de la revolución conservadora.

Elegido Gabriel Antonio Pereira Presidente de la República, el general Martínez, junto con un conspicuo grupo de compañeros de causa encabezados por el virtuoso patriota Joaquín Suárez, dieron principio en 1857 a la tarea de reorganizar el Partido Colorado, por cuyo motivo fué arbitrariamente citado y amonestado por el propio gobernante, viéndose en el caso de desistir de sus legítimos propósitos.

Hallábase en Montevideo en enero de 1858 cuando el general César Díaz desembarcó en la bahía con una expedición revolucionaria, y frustrado el ataque a la ciudad, Martínez buscó asilo en el Consulado de Estados Unidos. Desde ese refugio asistió al desarrollo de los sucesos que culminaron el 1° de febrero con la ejecución de Díaz y sus principales jefes, que habían depuesto sus armas en Paso de Quinteros, bajo fe de una capitulación con el general gubernista Anacleto Medina.

Después de activas cuanto inútiles diligencias para diferir el cumplimiento de las bárbaras resoluciones de Pereira, dominado por un grupo de hombres de presa, el anciano prócer dejó lleno de dolor la tierra nativa acompañando a su hija Josefa, viuda del general Díaz, que iba a residir en la capital porteña.

El gobierno argentino lo dió de alta inmediatamente en el ejército como brigadier general, y el 13 de agosto del mismo año 58 lo nombró Inspector General de Armas, donde tuvo ocasión de prestar importantes servicios.

Retirado de la actividad por su edad muy avanzada, falleció en Buenos Aires el 30 de noviembre de 1870, después de haber alcanzado a ver a su partido político victorioso en el gobierno de la República.

Cubrió su féretro la bandera argentina, pero como dijo el general Mitre, las banderas de todas las repúblicas de América se honrarían cubriendo con sus pliegues los restos gloriosos del benemérito soldado, al que todas ellas debían el tributo de su palmas, de sus lágrimas y de su gratitud.

En 1921, con motivo de celebrarse el centenario de la independencia del Perú, el senador Justino Jiménez de Aréchaga presentó un proyecto tendiente a que, previa gestión ante el gobierno argentino, los restos del general Martínez se repatriasen para ser conducidos con los más altos honores al Panteón Nacional.

(Puede consultarse “Vida militar y

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