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MARTIRENA, RAMÓN

Uno de los últimos grandes baquianos de nuestra campaña, al tipo de los que con ese título revistaban asimilados a militares en los antiguos ejércitos.

Figuró entre los hombres de armas del partido blanco-nacionalista, donde se le daba título de coronel, pero su rol efectivo fué siempre limitado a su especial aptitud, añadidas funciones de remonta, etc. La llamada gente de Martirena, o sea los hombres que le seguían por su propia prestancia, fué siempre poca gente. Carecía Martirena, por lo demás, del don de simpatía personal, dentro de un tipa de estatura apenas mediana, indio-negroide de nariz recia, ojos chicos y vivos, de fisonomía cerrada y de pocas palabras.

No le favorecían tampoco ciertos antecedentes de vida, aunque las cuentes que pudo tener con la justicia les tenia saldadas en forma legal.

Oriundo del departamento de Minas, donde nació en 1850, sus años de muchacho transcurrieron en El Perdido.

En 1873 aparece en la villa de Treinta y Tres como actor en un hecho de sangre, que por concurrencia de detalles macabros impresionó vivamente. Preso Martirena con otro de los actuantes, como reo de homicidio en la persona de un músico ambulante italiano, el organista Sabino Maruca, permaneció seis años privado de libertad mientras se sustanciaba la causa, En el término hay, sin embargo, una solución de continuidad, que comprende desde su evasión de la cárcel del Cerro de Montevideo, hasta que, capturado por la policía brasileña de Yaguarón, es extradicto y devuelto a nuestra ciudad, para ingresar en el Taller de Adoquines, el famoso penal de la dictadura de Latorre.

Absuelto en dos instancias, recobró la libertad en 1879 por no existir suficientes pruebas de culpabilidad; pero sea porque se trataba sólo de una verdad legal o porque no hay verdad más grande que una mentira pasada en autoridad de cosa juzgada, él nombre de Martirena se separó difícilmente del recuerdo del organista degollado.

Militante que había sido en la revolución de Timoteo Aparicio (1870- 72), en el movimiento nacional de 1836 figuró con grado de capitán de caballería, y después de la derrota del 31 de marzo en Quebracho, fué su pericia de baquiano, puesta de relieve en seis días de accidentadas y ocultas marchas rumbo a la frontera del Brasil, la que salvó de caer en poder de las fuerzas gubernistas, que lo perseguían tenazmente, al grupo de jefes y oficiales en que iba el propio general José Miguel Arredondo, Martirena, esquivando todos los obstáculos, logró dejarlos a cubierto de peligro en Santa Ana de Livramento.

No bastó, sin embargo, esta hazaña para reconciliarlo con los que

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