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grosar el batallón del paisano vasco blanco de Montevideo, para de este modo seguir peleando contra los liberales que aquí se llamaban colorados pero eran, lo mismo que allá “enemigos de Dios y la religión.”

El batallón de Artagaveitia llamado “Voluntarios de Oribe”, llegó a ser uno de los cuerpos veteranos más numerosos, y de más prestigio militar entre los batallones del Cerrito.

En ese servicio y con grado de teniente coronel, vino la conclusión de la guerra por el tratado de paz de 8 de octubre de 1851. Mariano B. Berro acredita que el 5 del mismo mes, el batallón que tenía 400 hombres, fué desarmado y disuelto por el propio comandante, presenciando el acto el jefe de la nave española Mazarredo, fondeada en el puerto del Buceo. Poco sobrevivió al fin de la guerra el jefe de los Voluntarios, pues su deceso tuvo lugar en Montevideo el 11 de julio de 1852.


ARTEAGA, Tomás CLODOMIRO

Hombre político, varias veces miembro del cuerpo legislativo. Hijo de Juan Antonio Arteaga, nació en Montevideo el 18 de noviembre de 1836.

Sus primeros ensayos de vida pública y de periodismo los hizo en Paysandú, cuando el coronel Caraballo, sublevado en 1868 con su hermano el general Francisco contra el presidente general Lorenzo Batlle, nombró a Arteaga — por autoridad propia — Jefe Político del departamento. Al aproximarse una fuerza gubernista poco demoraron en ponerse todos en fuga. Por esta misma época había adquirido allí una imprenta por la cual se tiraba “La Tribuna Oriental”, hoja de gran formato y excelente presentación.

Suplente por Tacuarembó, convocado a la 11ª legislatura para llenar la vacante de los diputados opositores expulsados por la mayoría solidarizada con el motín del 15 de enero, fué votado en Paysandú para la legislatura siguiente en 1876; pero estas cámaras no llegaron a funcionar pues sobrevino la dictadura de Latorre y se disolvieron sin necesidad de decreto.

Se estableció entonces en Montevideo como hombre de negocios, planteando el establecimiento tipográfico por donde sacó a luz el diario “La Nación”, que luego pondría a disposición de todos los gobernantes, sea como órgano francamente oficial, sea como portavoz de las alturas, sea como simple hoja “bien informada” en sus noticias políticas.

Pocas veces perdió Arteaga el norte gubernista, pero en las ocasiones en que vaciló — y eso fué en períodos cruciales como a la caída de Latorre y a raíz de la muerte de Idiarte Borda — pronto supo encontrar la pista y seguir por ella hasta que después de la elección presidencial de Batlle y Ordoñez en 1903, el diario, privado de todo vínculo oficial u oficioso, dejó de aparecer.

Respaldada desde arriba, “La Nación”, en sus largos años de exis-

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