Y despierta al dolor... ¡Ay! agostada
Yace mi juventud, mi faz marchita,
Y á la profunda pena que me agita
Ruge mi frente de dolor nublada.
Nunca tanto sentí como este día
Mi soledad y mísero abandono
Y lamentable desamor... ¿Podría
En edad borrascosa
Sin amar ser feliz? ¡Oh! si una hermosa
Mi cariño fijase,
Y de este abismo al borde turbulento
Mi vago pensamiento
Y ardiente admiración acompañase!
¡ Cómo gozara viéndola cubrirse
De leve palidez y ser más bella
En su dulce terror, y sonreírse
Al sostenerla en mis amantes brazos!...
¡Delirios de virtud! ¡Ay! desterrado
Sin patria, sin amores,
¡ Sólo miro ante mí llanto y dolores !
¡Niágara poderoso!
¡Adiós! ¡adiós! dentro de pocos años
Ya devorado habrá la tumba fría
Á tu débil cantor, ¡Duren mis versos
Cual tu gloria inmortal! ¡Pueda piadoso
Al contemplar tu faz algún viajero,
Dar un suspiro á la memoria mía!
¡ Y al sepultarse Febo en Occidente
Feliz yo vuele do el Señor me llama,
Y al escuchar los ecos de mi fama
Alce en las nubes la radiosa frente !
Un crítico español, D. Emilio Martín, escribe :
« Cierto es que en esta poesía no hay, como dice Villemain, la belleza severa del gran lírico de la antigüedad. En presencia del Etna y en la descripción de los fenómenos del mar de Sicilia, Píndaro, no se acuerda de sí, no mezcla á los terrores de la naturaleza su personalidad ni se queja de su vida sin amor y sin gloria. Heredia, por el contrario, ve la catarata, se asombra, la mide con las fuerzas de su espíritu, y, creyéndose digno de ella, canta su belleza, describe su grandor, encuentra semejanza entre el torrente que se desborda y los siglos que se atropellan; lamenta su juventud y