con su fundamentación literaria — y sólo de ella he de ocuparme en este capítulo — puede consi- derarse como un dogma científico. La baja valo- ración de la mujer, el desdén y menosprecio de que padece en los libros medievales, es un tema consagrado. Incluso en la prensa diaria, se es- cribe sobre el spírito antifemíneo de la Edad Media.
La literatura como obra de los hombres. — Si se quiere discernir lo verdadero de lo falso en este punto, hay que considerar en primer térmi- no que la literatura en todos los tiempos se debe casi exclusivamente al pensamiento masculino y está escrita por mano del varón. La crítica del sexo opuesto es fácil y a veces los motivos de ella no son nobles. Cuentan entre ellos el rencor y la envidia. De un modo indirecto testimonia, a mi parecer, un juicio desfavorable, como el que se atribuye a la Edad Media, precisamente la in- fluencia ejercida por la mujer y su poder sobre el pensamiento del hombre. La literatura de todas las épocas ha hablado bien y mal de la mujer. Aca- so ningún otro tiempo haya superado al nuestro en sus ataques violentos, desde un punto de vista filosófico, como los de Nietzsche y Weininger o, por parte de la medicina, en las obras de Móbius. Piénsese, además, por ejemplo, en Schopenhauer y en Strindberg. Los mismos franceses con su fama de caballerosos, no constituyen una excep-
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