Página:Finke Mujer Edad Media.djvu/118

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bre destaca con crudeza en los escritos ascéticos reiteradamente desde los primeros siglos. La mu- jer a menudo aparece como inductora del pecado. La debilidad de uno y de otro sexo no aparece completamente superada ni con el entusiasmo ideal por la espontánea renuncia al matrimonio, característica de los brillantes comienzos del cris- tianismo.

Los padres de la Iglesia y la virginidad. — ¿A quién están dirigidas estas exhortaciones de los padres de la Iglesia? Ante todo y casi siempre, al pegueño grupo de los que querían consagrarse a la vida monacal o, fuera del matrimonio, al esta- do clerical. Por el contrario, nunca se cansan los Padres de glorificar la Virgen cristiana y de fo- mentar el estado de virginidad. De insistir en este punto, tendríamos que declarar que nunca se ha entonado una alabanza más excelsa a la mujer que la contenida en los sermones de los Padres de la Iglesia y en los tratados teológicos de los escolásticos: cada imagen es superior a la otra; interminables se ensartan los elogios. En la seguridad del estado monástico, se ve rodeada la mujer enclaustrada de un respeto que no cono- cieron los siglos posteriores. Solicitan el consejo de Hildegarda de Bingen los Papas y los prínci- pes, e imploran su apoyo con palabras tan hu- mildes como no las hubieran empleado para di- rigirse a los más poderosos de la tierra. Santa

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