parte, que la expresión aparece repetidamente en la Edad Media, si bien nunca en forma que me- rezca ser tenida en cuenta; nunca emitida por una autoridad, sino más bien en escritos apócrifos y relacionada con las concepciones despectivas de la mujer, que entonces en Oriente, y ahora, en oca- siones, también en Europa, aparecen en el pro- blema de si la mujer tiene o no alma. Acaso ma- nifestaciones mal comprendidas de San Ambro- sio y de San Agustín referentes a que la mujer no había sido creada conforme a la imagen de Dios, contribuyeran a estas extravagancias.
El apóstol San Pablo y la mujer. — Más im- portante es para nosotros la doctrina de los esco- lásticos, que fueron durante un par de siglos los representantes de la ciencia. Sin duda se trata de la Teología, pero sus obras reflejan todo el saber y concepción del mundo en la Edad Media. Apó- yanse, en principio, en San Pablo. San Pablo, en su Epístola a los Efesios, ordena a las mujeres que obedezcan a sus maridos, y prescribe a éstos que quieran a sus mujeres como Cristo a su Igle- sia. Lo fundamenta con las palabras de que el hombre es la cabeza de la mujer, como Cristo la cabeza de la Iglesia. «El hombre es — dice a los corintios — la imagen y la magnificencia de Dios. La mujer, la magnificencia del hombre; pues no salió el hombre de la mujer, sino la mujer del hombre. El hombre, en efecto, no fué creado por
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