Página:Finke Mujer Edad Media.djvu/166

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dorescos de los siglos anteriores, sino es que am- bos nacieron bajo el cielo de la Provenza. En la antigúedad — aunque no en la Edad Media an- terior al Dante — señalaban ya las gentes al joven pálido y transido de amor, cuya figura in- teresante de enamorado era tema de las conver- saciones en la ciudad, y admirado, sobre todo, por innumerables mujeres. Un nuevo rasgo caracte- rístico de este amor, y que desde entonces no ha desaparecido de la literatura” mundial, es la des- esperada sentimentalidad que le induce a sabo- rear la muerte con nostalgia, sin apetecer cura- ción alguna. Ese amor ha de ennoblecerse hasta hacerse espiritual, incorpóreo, inalterable; de otro modo no hubiera podido Petrarca continuar sus rimas, ni el público habría conservado interés por su amor. Así como el delicioso valle de Vancluse le es caro al poeta por haberlo él hecho famoso; así es para él inolvidable Laura, aunque otras mujeres le hagan cautivo después, porque la can- tó en sus rimas y la hizo célebre. Es la cumbre del subjetivismo. El «yo» y su fama llenaban el alma del Petrarca.

En una nueva esfera penetra Boccaccio, y no por primera vez, con el Decamerón. Hay por lo pronto reminiscencias perceptibles de Ovidio y de la Novela de la rosa del siglo x111, es decir, ins- piraciones antiguas y medievales. Se trata de la emancipación de la carne, cuyas huellas son per-

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