espiritual de Italia los frutos que fecunda esta mujer. Damas de gran cultura, sobre todo prin- cesas, como Beatriz de F.ste, en Milán; Lucrecia Borgia, en Ferrara, y, especialmente, Isabel Este- Gonzaga, gustaban de atraer a su círculo las ce- lebridades literarias, influyendo de este modo en sus creaciones. De esto a la actuación de la mujer misma como autora, no hay más que un paso. Este paso se dió al menos en Italia, y en cierto modo en Francia. La poética italiana es un pro- ducto de este tiempo. Hasta entonces la mujer en los países del Sur había permanecido ausente de la literatura, y ahora, en cambio — prescindiendo de la singular actividad, tan difícil, de apreciar li- terariamente de Santa Catalina de Siena y Cata- lina de Génova — aparecen producciones poéticas de inspiración profana y espíritu casi masculino. Una mujer narra por entonces con realismo im- presionante la propia historia de su vida con más detalle del que conviene al decoro femenino. Pero la más importante, en todos sentidos, es la obra de esa maestra en resignación llamada Vit- toria Colonna. Afirman los especialistas que al- gunos de sus trabajos pertenecen a los contados productos del Renacimiento literario que tienen asegurada la inmortalidad.
FIN
