vinidad. Nueve veces por la mañana, de pie ante su marido, con los brazos cruzados, debe repetir- le: «¿qué quieres, señor mío, que haga?».
La mujer babilónica. — Sobre la situación de la mujer en Babilonia arrojan mucha luz los modernos hallazgos. Según Delitzsch, pueden las mujeres participar en los servicios divinos; sus nombres aparecen como testigos en los documen- tos. Delitzsch piensa que la situación de la mujer en Babilonia fué mejor que en Israel. Pero faltan todavía las pruebas. Otros especialistas sostienen que el sexo femenino era despreciado desde el na- cimiento, considerándose-el de una hija, en mu- chos casos, como una desventura. Pero, sobre todo, los terribles delitos sexuales de Babilonia nos dan una idea horrorosa de su concepción de los sexos, y explican, según Meissner, el odio que sentían por ellos los profetas del Viejo Testa- mento y Herodoto.
Muchos pueblos orientales no conceden si- quiera a la mujer el consuelo del futuro, ni la es- peranza de un más allá mejor; pues creían y creen todavía que la mujer, por no tener alma, está ex- cluída de toda vida futura. Esta idea la encontra- remos una vez más, aunque excepcionalmente, en la Edad Media.
La mujer entre los judios. — Tres pueblos tie- nen importancia especial para juzgar la situación de la mujer medieval y moderna: los judíos, por su
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