Página:Finke Mujer Edad Media.djvu/34

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humana, suprime al mismo tiempo la distinción entre los sexos, entre las naciones y entre las posiciones sociales. Ante Dios, todos los hom- bres son iguales. En el cristianismo todas las al- mas individuales tienen un valor absoluto. O como San Pablo escribió en su epístola a los gá- latas: non est masculus neque femina. Omnes enim vos unum estís. (No hay diferencia entre varón y hembra; pues todos sois unos en Cristo.) Con ello, de una manera fundamental, sé equi- para la mujer al hombre en el matrimonio. Am- bas partes reciben los mismos derechos y obliga- ciones. El mayor progreso consistió en que el cristianismo exigió fidelidad conyugal también al marido. No había faltado en absoluto un matri- monio así, en el sentido del cristianismo, en la antigúedad pagana, en Roma, en Oriente o tam- bién en Germania; pero era completamente nue- va la aplicación fundamental del principio como una orden religiosa y moral de la Divinidad. La doctrina cristiana llegó hasta otorgar una espe- cie de supremacía a las mujeres, en cuanto ensal- z6, ante todo, virtudes que son más propias de la naturaleza femenina: caridad, humildad, miseri- cordia, dulzura, glorificadas en el sermón de la Montaña. De aquí que precisamente las mujeres aceptaran el Evangelio con especial gratitud. En torno al Salvador aparecen las mujeres creyentes que permanecen al pie de su cruz, y a ellas apa-

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