dencia que al mismo tiempo que la escolástica y la mística alcanzaban sus primeros triunfos, se modificase también la organización de la cien- cia, se dividiesen las escuelas uniformes en escue- las superiores e intermedias, y aparecieran los le- gos junto a los clérigos en las mismas aulas, y florecieran, ya formadas e independientes, las ciencias particulares que hoy conocemos. Gracias a ello, la Edad Media expirante, que no fué una época de tinieblas, sino de luminosidad, pudo transmitir a la nueva era su saber acrecentado por la creación.
Las siete artes liberales. — Propiamente ha- blando, veamos cómo se enseñaba. Hasta los úl- timos siglos de la Edad Media no hube escuelas superiores ni elementales, sino una sola escuela, de cuya dirección no se preocupaba el Estado in- cipiente y que era regida por la Iglesia. La orga- nización interior de estas escuelas eclesiásticas, catedralicias o monacales, es de origen antiguo. Desde que en el siglo v escribió Marciano Cape- lla su libro, con el título extraño de Bodas de Mercurio con la Filología, hubo siete artes libres, siete disciplinas del saber, llamadas «liberales ar- tes»; esto es, artes que manumiten. Con frecuen- cia han sido representadas pictóricamente, como lo hizo Rafael en la escuela de Atenas; con sin- gular atractivo también en el atrio de la Catedral de Friburgo, donde la Gramática azota con la
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