que añadir además otras consideraciones como las referentes al parentesco espiritual. Ein aquella época, además, no se disponía de registros ofi- ciales, ni siquiera para esos círculos elevados. ¿Cómo, pues, comprobar si por algún factor des- conocido no había parentesco, por ejemplo, entre los Capetos de la casa real francesa y los Kunds de Dinamarca? He tenido en mis manos los do- cumentos del divorcio de D. Pedro de Aragón y su esposa María de Montpellier (de comienzos del siglo x111). Fueron éstos los padres del gran caudillo Jaime el Conquistador. De estos papeles resulta que en aquel tiempo vivían dos maridos nteriores de María, de los que se había divor- ciado por razones de parentesco. Sobre el par- ticular refiere un obispo, testigo absolutamente digno de crédito, las dificultades que existen para esclarecer el problema de los parentescos. Media, por lo tanto, siempre la posibilidad de la igno- rancia, sin que ello disculpe la existencia de ca- sos tan dolorosos ni a sus autores. Algunos hombres descomedidos y algunas mujeres —aun- que excepcionalmente — utilizaron con gusto este procedimiento para librarse de un vínculo que había llegado a serles odioso. Se ha pensado que la Iglesia debió proceder en estos casos con mayor energía para evitar el abuso. Pero nadie ha dicho cómo hubiera podido conseguirlo. Em todo caso, no era fácil para ella encontrar una
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