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substituye a la moralidad un bastardo compuesto de miembros procedentes de distintos orígenes y que se parece a todo lo que se quiera ver en él, sólo a la virtud no, para quien la haya visto una vez en su verdadera figura (1).

La cuestión es, pues, ésta: ¡es una ley necesaria para todos los seres racionales juzgar siempre sus acciones según máximas tales que puedan ellos querer que deban servir de leyes universales? Si así es, habrá de estar-enteramente a priorienlazada ya con el concepto de la voluntad de un ser racional en general. Mas para descubrir tal enlace hace falta, aunque se resista uno a ello, dar un paso más y entrar en la metafísica, aunque en una esfera de la metafísica que es distinta de la de la filosofía especulativa, y es a saber: la metafísica de las costumbres. Ea una filosofia práctica, en donde no se trata para nosotros de admitir fundamentos de lo que sucede, sino leyes de lo que debe suceder, aun cuando ello no suceda nunca, esto es, leyes objetivas prácticas; en una filosofía práctica, digo, no necesitamos instaurar investigaciones acerca de los fundamentos de por qué unas cosas agradan o desagradan, de córao el placer de la mera sensación se distingue del gusto, y éste de una satisfacción general de la razón; no necesi.

(1) Contemplar la virtud en su verdadera figura no signi fica otra cosa que representar la moralidad despojarla de todo to eansible y de todo adorno, recompensa o egoísmo. Fácilmente puede cualquiera, por medio del más minimo ensayo de su razón con tal de que no esté incapacitada para toda abstracción-convencerse de cuánto obscurece la moralidad todo lo que aparece a las inclinaciones como excitante.