corazón del marido, hasta la ruda fatiga del último servidor doméstico.
La mujer venezolana no se educa en aulas; asiste á la escuela cuando niña, aprende allí los rudimentos principales del saber humano, lee y escribe, cuenta y conoce los países del globo, oye orientaciones de moral y de religión, dibuja un poco, estudia la música, y eso es todo. Lo demás, pertenece al aprendizaje de habilidades que más tarde representarán la economía de la familia.
De allí pasa á completar su educación, esclusivamente al lado de la madre, que le enseña en diálogos sublimes, todo un curso de sana doctrina, de exquisita urbanidad, de tacto social, de vida íntima y la secreta virtud de mandar obedeciendo.
La mujer así preparada, es esposa incomparable y cuando el cielo la premia con el dulce don de la maternidad, no es sino por enaltecer más y más ese misterio de la naturaleza, cuyo principal encanto y mayor fuerza, es el sacrificio.
¡Qué de transportes de cariño y de embeleso con el hijo de sus entrañas! ¡Cuánto orgullo en su alma de madre! ¡Qué de esperanzas en su corazón de esposa!
El hijo es todo para ella; es eslabón inquebrantable de la cadena de amor que une á sus