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MUJERES DE AMÉRICA

saudo emocionante pena en sus parientes, deudos y amigos.

Un día de primavera, espléndido de luz y de fragancia, hallábase la infortunada esposa ataviada, como siempre, de sus más ricas galas y ante el retrato de Ricardo, dirigiéndole dulces reproches por su tardanza.

—¡Por qué, alma de mi alma,— clamaba arrebatada, la infeliz Dolores,—luz de mis ojos, esposo amado de mi corazón, tardas tanto en venir á los brazos amantes de tu mujer? ¡Por qué me tienes en mortal y continuada congoja, con tu ausencia, Ricardo idolatrado?- ¡Oh, mi Ricardo!, ven, ven, á calmar las ansias de esta infeliz esposa, que muere sin ti, que no puede resistir tu prolongada ausencia no debes tardar en llegar, ¿verdad, amado Ricardo? Voy, voy presurosa á tu encuentro; á acariciarte como en los días felices, ú estrecharte en mis brazos, para no más separarme de ti, mi bien amado!

Y cuando, en su demencia, corrió al vestíbulo de la casa, halló, en efecto, á Ricardo, que subía, rápido, la escalinata y se lanzaba en sus brazos, estrechándola con vehemencia, contra, su pecho.

La presencia efectiva de Ricardo, produjo á Dolores un síncope, del cual tardó algunas horas en volver. La emoción, fué intensísima,