cipalía paraguaya con lo cual, la europeizaron, recogiendo, al paso, cuantiosa fortuna.
Con el factor tiempo y con la inmigración europea, fuése desterrando el tipoy y los típicos atavíos campesinos, hasta llegar al actual refinamiento y confort con que están dotadas las moradas de la alta clase.
Pero lo que permaneció por mucho tiempo y aún hoy se conserva en numerosas altas familias, es el ejercicio de las faenas domésticas, las cuales saben harmonizar con la distinción y cultura en los tocados y en el trato social.
Ya en el último tercio del siglo XIX, comenzó, asimismo, á verificarse un cambio en las costumbres de la aristocracia, paraguaya, en lo que respecta á el ajuar que una novia aportaba al contraer matrimonio. Por aquél entonces, considerábase por la gente linajuda, que la mujer presentara en su himenco, una mesa de cedro, un arcón grande con cuatro pies para guarda de ropa, doce sillas con asiento de cuero y un candelero de plata con vela de sebo. Esta singular impedimenta matrimonial, substitúyese hoy con el rico trousseau; y el tipoy, restituído á su nativo lugar, ha dado plaza á las confections les plus fashionables de los modistos de París.
La mujer del Paraguay, es animosa, de espíritu extraordinariamente viril.
