jeto de inquirir la procedencia de aquella, gente de guerra y la causa que motivaba tan inusitada invasión de su territorio.
Habiendo llenado los embajadores su misión, Pizarro les contestó que deseaba conferenciar con el Monarca, á quien únicamente debía explicar el alto cometido que su Dios y su Rey le habían confiado.
Resuelto Huascar-Inca á terminar tan dudosa situación, encaminóse al campamento de los castellanos.
Pizarro le aguardaba con quinientos treinta y cuatro soldados, dispuestos en orden de batalla.
Los arcabuceros ocupaban el centro; la caballería, dividida en dos trozos, cubría las alas de la línea, y la artillería estaba colocada á retaguardia.
Parecía imposible que aquel exiguo ejército intentase batirse con las crecidas huestes del Inca.
En confusa gritería, y haciendo alarde de la superioridad numérica, formáronse los indios en grandes grupos, sin arte ni concierto, provistos todos de armas blancas y arrojadizas.
El ronco sonido de muchos salvajes instrumentos, anunció la aproximación de Huascar-Inca, que al fin se presentó, conducido por algunos de sus súbditos, sobre un trono de oro resplandeciente de piedras preciosas, y ro