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MUJERES DE AMÉRICA

nos millares de personas reinó un sepulcral silencio en toda la plaza, silencio interrumpido, á veces, por sollozos y acongojados llantos de las mujeres, por rumores extensos de los hombres, ora de indignación hacia los jueces que condenaron, ora de admiración por las heróicas virtudes de las víctimas sacrificadas en aras de la deleznable é incompleta y torpe justicia humana.

La muchedumbre, que, durante la lectura del trascendental documento había permanecido silenciosa y profundamente emocionada, dió rienda suelta, una vez terminada aquélla, al raudal de sus varios sentimientos.

Muchos eran los hombres que lloraban como niños, no pocos los que continuaron silenciosos, pero rígidos, absortos ante tan descomunal error judicial y ante el heroísmo y santidad de las víctimas; el clamoreo de los ayes de las mujeres, era ensordecedor y los niños, asustados ante las violentas expansiones de sus padres y los copiosos llantos de sus madres, lloraban y gritaban desesperadamente, formando todo un conjunto grandioso, que semejábase de flujo y reflujo del mar embraqecido, chocando con los acantillados de áspera y elevada costa.

Singularmente las mujeres, clamaron por que se presentara la niña María Cruz.

Cuando ésta fué presentada ante la multitud, la aclamación resonó por todos los ámbi