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El canto de las sombras

EL RECODO DE LA MUERTE

Detrás del paredón los olmos surgen lindando los jardines del convento; es el único, tétrico camino que lleva al más cercano cementerio.

Dá a ese recodo la ventana vieja de mi sombrío, lúgubre aposento, por donde miro, en las perdidas horas, el largo desfilar de los cortejos.

Siempre cunde un rumor sobre la calle que rompe lá quietud de tiempo en tiempo, cuando anuncian los sordos cabalgares el rodar pesaroso de los féretros.

Y casi a ras de la arboleda umbría, las cruces se dibujan a lo lejos, ' perpetuando el destino de los niundos en el abismo de sus brazos negros.

¡Cómo me place en las ausencias frías asilarme en mi cuarto solariego, ' y esperar a que pasen esas sombras con rumbo a la mansión de los recuerdos!

Embriagar de crespones mi mirada, en la quietud sublime de aquel éxodo, y quedarme pensando que es la Muerte la hermana que nos da el último beso.

A veces, como un lirio tembloroso, la carroza de ebúrneos terciopelos eruza el recodo, como yo la he visto eruzar con mi querube en otros tiempos.

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