El canto de las sombras
Así se fué el hermano inolvidable, solito, blanco, silencioso, ¡muerto! ¡Era la misma floración de alas, era el mismo temblor de erisantemos!
¡Cuántos dohlaron por allí, en la pausa de esta tierra fatídica y el cielo! ¡Cuántos que en el olvido se quedaron,
aguardan en la curva los regresos!
Hasta en las tardes solas, vagabundo suele pasar sobre la acera un perro aullando largamente, desde el día que emprendiera esa ruta el pordiosero...
¡Cómo me siento amiga de esas formas que epílogan la vida en un misterio! ¡Cómo quisiera ser la que he caído, cómo quisiera ser la que me ausento!
Y doblar el recodo solitario en un frío crepúsculo de invierno, cuando en los olmos del jardín, murmuran el ¡adiós! más extático, los vientos,
— 143 -